(Aníbal Verdier -2ValueConsulting para depetroleo). La comunicación humana tiene en términos generales dos aristas. Hablar y escuchar. Comúnmente se considera que hablar es el aspecto activo y escuchar el pasivo. Esto probablemente remite a que “el escuchar” simplemente nos sucede, es espontáneo, por el contrario, el hablar es un acto voluntario. Todos estamos enamorados de nuestras palabras y tendemos a hablar, mucho más de lo que escuchamos. Sin embargo, nuestra biología, nos ha dado dos oídos y una boca. ¿Será para escuchar el doble de lo que hablamos?
Escuchar no es lo mismo que oír, escuchar es la suma de percibir más construir una interpretación. Para percibir es necesario la atención total más allá de oír, leyendo también el lenguaje emocional y corporal del interlocutor. Recién ahí se puede formar una interpretación acabada. En cualquier caso, la escucha efectiva es muy activa; en la misma se debe apagar el parloteo interno, esas conversaciones con uno mismo que ocurren en paralelo mientras platicamos y apartan el foco atencional a nuestras propias inquietudes.
En la escucha indefectiblemente existe una brecha. Uno dice lo que dice y los otros escuchan lo que escuchan, a partir de sus propias experiencias, distinciones, estados de ánimo y juicios. Cada uno es un observador diferente, escucha e interpreta a su manera, existiendo siempre un gap en toda conversación. Lo primordial es reconocer que esa brecha existe, y en última instancia, es responsabilidad de uno, reducirla al máximo posible.
Hasta ahora la comunicación efectiva se ha sustentado en lo que mantenemos en “común”. Cuando ello acontece, al escuchar, solo nos escuchamos a nosotros mismos. Lo que escuchamos es melodía para nuestros oídos. En cambio, cuando lo que predomina es la diferencia, la comunicación se ve comprometida. Reaccionamos frente a la diferencia a través de la invalidación del otro, de la descalificación.
Nuestra historia ha sido hasta ahora una historia basada en un bloqueo en nuestra capacidad de escucharnos. No sabemos escuchar nuestras diferencias, sin invalidarnos. Existe una enorme brecha en la comunicación, como así también a las incompetencias de escucharnos más allá de las diferencias en las posiciones u opiniones. Cada vez que entramos en una conversación desde “posiciones tomadas”, sin estar abiertos a cambiar, comprometemos la escucha. Escuchar a otro diferente requiere de una disposición particular: el Respeto. El respeto es la aceptación del otro como diferente, legítimo y autónomo
De no aprender a escucharnos, comprometeremos fuertemente nuestro bienestar y progreso, pagando un costo (no solo económico) elevadísimo como sociedad.
La sinergia propia de las organizaciones, instituciones, empresas y equipos de alto desempeño en general expresa la capacidad de transformación que nos proporciona el hablar del otro y que, a su vez, nuestro propio hablar es capaz de activar en los demás.
Si lo que vas a decir no es más hermoso que el silencio, no lo digas.